GUSTAVO ADOLFO MARTÍNEZ ZUVIRÍA - Más conocido como HUGO WAST |
Diario Los Principio, Córdoba-29 .marzo 1962 |
ContV. |
Cont. de Los Principios, sigue en dos columnitas centrales - |
Yace en Recoleta en Bóveda familiar-La tercera puerta sobre la dere |
Puerta de la bóveda |
su nombre, casi desapercibido, sobre la puerta |
Sencillas placas lo recuerdan. Se perciban los dos féretros |
VISTA INTERIOR-GUSTAVO MARTINEZ ZUVIRÍA Y MATILDE DE IRIONDO UNIDOS EN LA MUERTE COMO LO ESTUVIERON EN VIDA |
Placa a sus 100 años Sus amigos |
Placa a sus 100 años de Instituto Hugo Wast |
ALGO SOBRE SU VIDA- REIMPATRIACIÖN DE LAS CENIZAS DE MONS DE CASTRO BARROS
Tapa del libro escrito por el P Juan Carlos Vera Vallejo, |
Recién en 1926 se emprende la tan deseada expedición a Chile |
Entre los componentes de la Comisión a Chile se encontraba el Dr, Gustavo Martnez Zuviría |
Adhiere la Universidad de Córdoba |
EL NOVELISTA HUGO WAST- LLEGA A CHILE EL PRESTIGIOSO NOVELISTA ARGENTINO |
MARTÍNEZ ZUVIRÍA ,HUGO WAST- EL ESCRITOR MÁS SOBRESALIENTE DE LA ARGENTINA Y MÁS
DESTACADO DEL CONTINENTE, FUE ALUMNO DEL COLEGIO DE LA INMACULADA DE SANTA FE
SE MENCIONA A MARTÍNEZ ZUVIRÍA POR SU DESTACADA OBRA LITERARIA
|
LA DELEGACIÓN ARGENTINA AGASAJADA ESPLÉNDIDAMENTE. DIJO, CON MUCHO CARIÑO MARTÍNEZ ZUVIRÍA QUE CHILE ERA UNA PROLONGACIÓN DE LA ARGENTINA |
MARTÍNEZ ZUVIRIA HABLA SOBRE LA VIDA LITERARIA Y ARTÍSTICA DE CHILE |
DOCTOR PEDRO IGNACIO DE CASTRO BARROS SU BIOGRAFÍA CONSTITUYE LA HISTORIA EJEMPLAR DE UNA NOBLE VIDA |
EN 1829 LA DICTADURA DE ROZAS LE OBLIGÓ A HUIR A CHILE |
RELATO DE HUGO WAST SOBRE EL PADRE BOCHERO
Un cura serrano
El 16 de marzo de 1840 nació en la villa de
Santa Rosa, del Río Primero (en la provincia argentina de Córdoba) José Gabriel
Brochero, que había de ser el famoso cura de San Alberto.
“El señor Brochero” como se lo llamó siempre, ha entrado en la historia por la graciosa puerta de la leyenda. Antes de saber quién era, el público, no sólo de Córdoba, sino de toda la Nación, conocía anécdotas, dichos, episodios de su vida agitada y pintoresca, algunos auténticos y muchos inventados.
Ha sonado ya la hora de situar esta gran figura de santo criollo en su verdadero marco histórico, mientras llega el día de venerarlo en los altares.
“El señor Brochero” como se lo llamó siempre, ha entrado en la historia por la graciosa puerta de la leyenda. Antes de saber quién era, el público, no sólo de Córdoba, sino de toda la Nación, conocía anécdotas, dichos, episodios de su vida agitada y pintoresca, algunos auténticos y muchos inventados.
Ha sonado ya la hora de situar esta gran figura de santo criollo en su verdadero marco histórico, mientras llega el día de venerarlo en los altares.
Hace medio siglo el Dr. Ramón J. Cárcano hizo
de su amigo el señor Brochero una semblanza llena de interés, que se publicó en
un libro muy difícil de encontrar hoy; “Perfiles contemporáneos”
Esa pintura exacta y feliz –con algunas de
cuyas reflexiones lamentablemente no
estar conformes – no ha sido superada;
pero como no pretendió ser una biografía completa, alguna vez será
ampliada en las proporciones que merece el tema.
Lo pintoresco de muchas anécdotas ha hecho
formarse al público un concepto superficial de una de las más ilustres
personalidades de la iglesia argentina.
Los más se imaginan que fue un simple cura
rural, inculto y desarrugado en los modales, buen jinete y capaz de decirle
malas palabras al gobernador y al presidente de la república; un caudillo de
sotana, empeñado en una labor materialista, que se ganaba la voluntad de
aquellos “gauchos bozales” entre quienes vivía, con cuentos de chalán y con
beneficios de político lugareño: caminos, ferrocarriles, escuelas, amén de
alguna capilla y de no pocos asados con cuero.
Todo eso, que puede ser cierto, es apenas una
parte de la historia externa del famoso cura de San Alberto. Hay que decir la verdad. Brochero fue
exclusivamente un apóstol, un ardiente evangelizador de los pobres, que hubiera
mandado al diablo sus instrumentos de apostolado, sus caminos, sus
ferrocarriles, sus escuelas, y hasta la célebre mula malacara en que anduvo
miles de leguas por abruptas serranías y desiertos impresionantes, en cuanto
hubiera advertido que eso no servía a su único propósito: ganar almas para
Dios.
Y si no se ha penetrado la verdadera
vocación de su vida, menos se ha
advertido la extraña herramienta espiritual que utilizó
¿A quién podía ocurrírsele que el mejor medio
de convertir aquellos hombres y mujeres de las sierras rústicos, recelosos, y a
menudo analfabetos, fuesen los sutiles Ejercicios
de San Ignacio?
Este recurso heróico, que comienza con un encierro de ocho o nueve días para
realizar severa penitencia y que es difícil de aplicar a la generalidad de las
gentes, ni siquiera en las grandes ciudades, donde hay más inteligencia del asunto
y predicadores expertos, y casas adecuadas, con las comodidades indispensables.
Brochero lo implantó desde 1878 en el Tránsito, aldehuela prendida en la falda
occidental de las Sierras Grandes, al otro lado de la Pampa de Achala, en una
región que no se comunicaba con el resto del mundo sino por dificilísimos
caminos de herradura.
Algún día se ha de escribir la historia de la
casa de ejercicios del Tránsito (hoy Villa Brochero), y no será el capítulo
menos esplendoroso de nuestra historia religiosa, y contendrá episodios que
parecerán copiados de relatos medievales,, y páginas que se diría arrancadas de
la Leyenda Dorada, y personajes que creeríamos imaginarios, si no estuviéramos
casi tocando la persona misma de su principal protagonista.
¿Cómo
se le ocurrió al cura de San Alberto la idea de implantar los Ejercicios de San Ignacio y cómo la
llevó a la práctica?
Refieren que el Niño-Dios mismo le mostró en
sueños el lugar indicado donde había de construir su edificio.
Brochero tiene con Don Bosco muchos puntos de
contacto; la voluntad inquebrantable, el sentido práctico; el ingenio para allegar recursos; el gracejo,
que le ganaba simpatías entre pobres y ricos; el espíritu de sacrificio; la
humildad y la comunicación con el cielo mediante sueños.
. Sería muy interesante recoger para su biografía las
versiones de las versiones que aun corren de los sueños que tuvo.
Había nacido —como dijimos— el 16 de marzo de 1840. Tenía, pues, 29 años cuando en 1869 se hizo cargo del curato del departamento de San Alberto, con sus quinientas leguas de serranías indómitas y casi desiertas, y una mísera capilla de techo de paja, situada en San Pedro, la población principal.
Había nacido —como dijimos— el 16 de marzo de 1840. Tenía, pues, 29 años cuando en 1869 se hizo cargo del curato del departamento de San Alberto, con sus quinientas leguas de serranías indómitas y casi desiertas, y una mísera capilla de techo de paja, situada en San Pedro, la población principal.
Pronto había recorrido en mula todo su feudo,
y empezaba a conocer a sus feligreses, muchos de los cuales por primera vez en
su vida veían un hombre de sotana.
. Los
visitaba para saber sus necesidades y los invitaba a ir los domingos a la misa,
donde él les platicaba con lenguaje pintoresco y transparente. Muchos accedían
y consentían en cubrir la distancia de ocho, diez, quince leguas, que los
separaba de San Pedro. El joven cura iba ganándolos, y no tardó en ver que su
capilla era muy pequeña para la concurrencia de los domingos; y se puso a la
obra de construir una verdadera iglesia.
Y como el apetito viene comiendo, y muchos de sus feligreses realizaban largas peregrinaciones sin más objeto que asistir a misa, se le ocurrió invitarlos a ir a la ciudad de Córdoba, para pasarse unos días de penitencia en la Casa de Ejercicios que allí existe.
Y como el apetito viene comiendo, y muchos de sus feligreses realizaban largas peregrinaciones sin más objeto que asistir a misa, se le ocurrió invitarlos a ir a la ciudad de Córdoba, para pasarse unos días de penitencia en la Casa de Ejercicios que allí existe.
La
proposición ahora nos parecerá inconcebible. ¿Cómo abandonar ocupaciones,
hogares, familias; transponer treinta leguas de cordillera, en pleno invierno,
cruzar desiertos o páramos nevados, en que ni los pumas ni las águilas
encuentran su alimento?
Y la
invitación se hacía a todos, hombres y mujeres, y el joven sacerdote se
comprometía a guiarlos él mismo, montado en su mula, como un San Bernardo,
predicador y guía de esta rara cruzada
¡Y cuántas veces se víó el Sr Brochero
arrodillado a los pies de un gaucho hosco y soberbio, conjurándolo a
acompañarlo hasta Córdoba para salvar su alma!
Un día, uno de ellos, estanciero, dueño de
muchas vacas, le contesta con ira:
-Levántate, cura! No es posible ahora lo que
me pedís.
Pero el Sr Brochero vuelve a la carga un año y otro año y al fin lo arrastra; y así va convirtiendo uno por uno a centenares de paisanos, que se vuelven sus acólitos.
Pero el Sr Brochero vuelve a la carga un año y otro año y al fin lo arrastra; y así va convirtiendo uno por uno a centenares de paisanos, que se vuelven sus acólitos.
Tiene fe ciega en los prodigiosos resultados de los
Ejercicios Espirituales. Desde los tiempos en que era seminarista los conoce
por experiencia propia, y ahora que es cura de almas, son su permanente
obsesión. Sabe que nada se opone
tanto a la vida espiritual como el hecho casi trivial de que nadie se
desprende, ni siquiera por un día, de los cuidados temporales; nadie se
zambulle enteramente en una atmósfera de libertad absoluta que le permita
poseer su corazón al menos durante una hora.
Lo peor es que no advertimos el fenómeno.
Vivimos huyendo de nosotros. Nos resulta pesada nuestra propia intimidad. Nos
espanta el quedarnos solos con nosotros mismos, y por eso buscamos
distracciones exteriores, so pretexto de obligaciones o salud.
El Sr. Brochero no pensó que ese mal fuese
exclusivo de los habitantes de las ciudades. También en las campañas, entre las
gentes ignorantes y simples, había pocos amigos de quedarse solos enfrente de
la conciencia despierta.
Los ejercicios espirituales eran el remedio d
esa enfermedad. Mas había que aplicarlos conforme a la minuciosa técnica de San
Ignacio, no descuidando un solo requisito, comenzando por el encierro en un
caserón adecuado.
Dos veces cada año condujo numerosísimos grupos de jinetes, hombres y mujeres, por arriba de la Pampa de Achala, nevada con frecuencia, pues era en los meses de julio a agosto.
Dos veces cada año condujo numerosísimos grupos de jinetes, hombres y mujeres, por arriba de la Pampa de Achala, nevada con frecuencia, pues era en los meses de julio a agosto.
Marchaban lentamente, por caminos de cabras,
el día entero, y de noche acampaban al raso, bajo la palpitante y helada luz de
las estrellas, alrededor de hogueritas menguadas, porque la leña escasea mucho
en la región.
Hombres curtidos, mujeres fuertes de cuerpo y
alma, voluntades contagiadas por la indomable voluntad de Brochero, que tenía
un recurso o un chiste para doblar cualquier dificultad.
En 1872
inauguró su primera iglesia, cuyos ladrillos, cuya cal, cuyos techos
habían sido cortados, cocidos , labrados por los feligreses bajo la dirección
del cura, convertido en maestro de obras.
Las vigas, los postes, los pilares de madera,
extraídos de los montes y arrastrados a la cincha le costaron una larga
enfermedad, pues un día la espantadiza mula lo arrojó por las orejas,
quebrándole una pierna.
Como fuesen cada año más numerosos los que se
alistaban para aquella inverosímil cabalgata, de cincuenta o sesenta leguas en
redondo, después de la iglesia pensó en reconstruir una casa para hacer los
ejercicios en el Tránsito otra aldea de su curato.
. Puso manos a la obra.
Fue una construcción sencilla y barata, pero de grandes medidas: una capilla,
muchas habitaciones y un gran comedor de 60 varas de largo.
Formando cuadro con ella edificó otra, de 48 varas por 100, para colegio de niñas, y trajo de Córdoba a las monjas Esclavas del Corazón de Jesús, a quienes encomendó el cuidado de ambas. La fama del Colegio y de la Casa de Ejercicios se difundió por toda la región y acudieron colegiales y ejercitantes de los más remotos lugares de la provincia de Córdoba y aun de la de San Luis y de La Rioja.
Brochero era ya hombre de inmensa popularidad. Llamábanle “el señor Brochero”, nunca padre Brochero, y menos “el cura Brochero”, a secas. En Córdoba no se designa a los sacerdotes seculares con el tratamiento de “Padre”, reservado exclusivamente para ciertos religiosos, como los jesuitas .A los seculares se les dice “Señor”, que equivale al “Don” de los italianos.
Formando cuadro con ella edificó otra, de 48 varas por 100, para colegio de niñas, y trajo de Córdoba a las monjas Esclavas del Corazón de Jesús, a quienes encomendó el cuidado de ambas. La fama del Colegio y de la Casa de Ejercicios se difundió por toda la región y acudieron colegiales y ejercitantes de los más remotos lugares de la provincia de Córdoba y aun de la de San Luis y de La Rioja.
Brochero era ya hombre de inmensa popularidad. Llamábanle “el señor Brochero”, nunca padre Brochero, y menos “el cura Brochero”, a secas. En Córdoba no se designa a los sacerdotes seculares con el tratamiento de “Padre”, reservado exclusivamente para ciertos religiosos, como los jesuitas .A los seculares se les dice “Señor”, que equivale al “Don” de los italianos.
Cuenta el mismo en sus apuntes cómo lo
ayudaron sus feligreses para construir todo aquello.
“Los que habitaban en el Tránsito –dice-
desde 7 años arriba, me llevaban ladrillos y cal quemada al pie de la obra, en
el hombro y en la cabeza; como lo hacían también las damas y señoritas, que me
traían la cal cruda de una legua de distancia, en árnagas o alforjas, para que
la quemase en los hornos que estaban en la plaza; y de diversos puntos me
conducían los postes a remolque, a cincha de mula, viniendo muchas de estas
vigas hasta de veinte leguas, pues en esa fecha no había yo construido el
camino carretero en el valle del oeste.”
Fue tal su alegría cuando se abrieron los cimientos
de la Casa de Ejercicios, que quiso poner él mismo la primera piedra, y
previendo la oposición del infierno contra el edificio del que esperaba tantos
frutos, la arrojó con brío, como si con ella aplastase la cabeza de una
serpiente, y exclamó: “¡Te fregaste, diablo!”
La inauguró en el
invierno de 1878 y tuvo que dividir a los ejercitantes en cinco tandas, pues
pasaron de 3.000. Al año siguiente fueron ocho tandas, con más de 4.000.
Ya han transcurrido más de sesenta años y todavía funciona aquel prodigioso mecanismo en el caserón primitivo, harto destartalado ya. No menos de 100.000 personas han “tomado” (como allí dicen) los Ejercicios Espirituales más severos que puedan imaginarse, en esa aldehuela de escasísima población.
Ya han transcurrido más de sesenta años y todavía funciona aquel prodigioso mecanismo en el caserón primitivo, harto destartalado ya. No menos de 100.000 personas han “tomado” (como allí dicen) los Ejercicios Espirituales más severos que puedan imaginarse, en esa aldehuela de escasísima población.
Nada
más pintoresco, y a las veces nada más extravagante, que los medios de que se
valió el cura de San Alberto para propagarlos.
. Había en las Sierras Grandes, allá por 1887,
un gaucho malo, jefe de bandoleros, famoso por sus robos y crímenes. La escasa
policía de la región prefería hacer la vista gorda antes que librarle batalla
campal, de la que hubiera salido infaliblemente derrotada.
El señor Brochero se empeñó en hacerle
"tomar" los Ejercicios al "Gaucho Seco”, y fue a buscarlo
en su escondrijo como quien busca a un puma en su cubil.
Ya de entrada, no más, le dijo que iba a curarle la lepra de que estaba cubierta su alma. El Gaucho Seco oyó estupefacto semejantes palabras y tuvo curiosidad de asistir a unas ceremonias tan extrañas, de que hacía diez años se hablaba tanto en el país.
Una mañana del frío mes de agosto llegó al Tránsito, montado en una mula zaina, guiado por el cura, que montaba su invariable mula malacara, y seguido a cierta distancia por otros dos jinetes que le guardaban las espaldas.
– Vamos a ver – dijo el Gaucho Seco, apeándose a la puerta de la Casa de Ejercicios – cómo se me va a curar la lepra del alma.
Ya de entrada, no más, le dijo que iba a curarle la lepra de que estaba cubierta su alma. El Gaucho Seco oyó estupefacto semejantes palabras y tuvo curiosidad de asistir a unas ceremonias tan extrañas, de que hacía diez años se hablaba tanto en el país.
Una mañana del frío mes de agosto llegó al Tránsito, montado en una mula zaina, guiado por el cura, que montaba su invariable mula malacara, y seguido a cierta distancia por otros dos jinetes que le guardaban las espaldas.
– Vamos a ver – dijo el Gaucho Seco, apeándose a la puerta de la Casa de Ejercicios – cómo se me va a curar la lepra del alma.
Desensilló,
entregó la mula a su lugarteniente, y llevando en sus brazos el apero que sería
su cama durante ocho días, siguió a Brochero, que le hizo cruzar dos patios y
palmeándole la espalda le indicó una habitación, donde dormiría con una
veintena de hombres de su laya.
Más de setecientos paisanos habían llegado ya para esa tanda. Todos miraban, no sin recelo al Gaucho Seco, que pasaba arrogante entre ellos, haciendo sonar sus espuelas y arrastrando la cincha de su silla de montar, cubierta por ricos pellones.
Sólo se oía el ruido de aquellos pasos y de aquellas espuelas. Un silencio imponente dominaba a la extrañísima reunión.
– ¡Vamos a ver el milagro! – dijo para sí con sorna, arrojando sobre la tierra empedernida el copioso apero.
Sonó entretanto una campanita agitada por la mano de un viejo; y todos silenciosamente lo siguieron sin saber a dónde, y el “Gaucho Seco” detrás de ellos. Entraron en la capilla, que se hallaba a oscuras, no obstante ser de día, alumbrada escasamente por algunas velas de sebo y la mariposilla del Sagrario. Un sacerdote de negra sotana empezó a hablarles. Nadie más que él hablaba. El silencio era absoluto y comprimía hasta el latido de las sienes.
Del patio llegaba un olor a carne asada. El señor Brochero les preparaba el primer almuerzo en fogatas al aire libre.
Más de setecientos paisanos habían llegado ya para esa tanda. Todos miraban, no sin recelo al Gaucho Seco, que pasaba arrogante entre ellos, haciendo sonar sus espuelas y arrastrando la cincha de su silla de montar, cubierta por ricos pellones.
Sólo se oía el ruido de aquellos pasos y de aquellas espuelas. Un silencio imponente dominaba a la extrañísima reunión.
– ¡Vamos a ver el milagro! – dijo para sí con sorna, arrojando sobre la tierra empedernida el copioso apero.
Sonó entretanto una campanita agitada por la mano de un viejo; y todos silenciosamente lo siguieron sin saber a dónde, y el “Gaucho Seco” detrás de ellos. Entraron en la capilla, que se hallaba a oscuras, no obstante ser de día, alumbrada escasamente por algunas velas de sebo y la mariposilla del Sagrario. Un sacerdote de negra sotana empezó a hablarles. Nadie más que él hablaba. El silencio era absoluto y comprimía hasta el latido de las sienes.
Del patio llegaba un olor a carne asada. El señor Brochero les preparaba el primer almuerzo en fogatas al aire libre.
Terminó la plática y hubo rezos y cánticos.
El Gaucho Seco asistió sin aburrirse, pero sin comprender ni los cantos,
ni los rezos, ni las pláticas.
¡Misericordia Señor;
Misericordia de mí
Que
a tantas misericordias
Cuán
mal te correspondí
El Gaucho Seco asistió sin aburrirse, pero
sin comprender ni los cantos, ni los rezos, ni las pláticas.
Sonó otra vez la campana y salieron a almorzar.
Siempre el mismo silencio impresionante. A lo sumo, el ruido de un cuchillo,
uno de esos largos y filosos cuchillos de los gauchos, que cortaba un hueso.
Después cebaron mate, alrededor de anafes de
barro cocido, en que se iban durmiendo rojas brasas de algarrobo.
El Gaucho Seco, vencido por las ganas
de tomar mate, se allegó a un grupo y aceptó que lo convidaran, sin atreverse a
pronunciar una palabra, tan plúmbeo e imperioso era el callar de la
muchedumbre.
De nuevo la campana, y el moverse en filas de la concurrencia, y el acudir a la capilla, y de nuevo la plática y los rezos y los cantos.
De nuevo la campana, y el moverse en filas de la concurrencia, y el acudir a la capilla, y de nuevo la plática y los rezos y los cantos.
Al anochecer una fantástica procesión de Vía
Crucis, y en seguida lo inaudito, la cosa más extraña del mundo: por turno,
pues no cabían todos a la vez, entraban en la capilla, cerraban las puertas, se
apagaba hasta la minúscula luz del Santísimo, y aquellos hombres recios,
barbudos, se azotaban cruelmente las espaldas desnudas con sus fieros rebenques
de cueros trenzados.
Entretanto, los otros fuera de la capilla
aguardaban excitados por la granizada de
los azotes, cuyo ruido llenaba el patio
El Gaucho Seco penetró con sus compañeros, mas
permaneció de pie, en un rincón, torvo y enfurecido de haberse dejado llevar
hasta aquella mojiganga.
Después, de nuevo a sus piezas, desnudas y
frías, donde calentaron los estómagos vacíos con algunos mates, y se acostaron
vestidos sobre sus aperos, en la tierra, pues, no había camas, ni las
necesitaban personajes como ellos.
Al alba, otra vez la campana, las mismas
distribuciones y el mismo silencio.
Más que las pláticas de los dos jesuitas que sucesivamente les hablaban, llamaban la atención del “Gaucho Seco” las coplas que se cantaban, y cuyo trascendental sentido había comenzado a percibir: Perdón, ya mi alma / Sus culpas confiesa; / Mil veces me pesa / De tanta maldad. / Perdón, oh, Dios mío / Perdón y piedad...
¿Era, pues, cierto, era posible que Dios lo perdonase a él?
Más que las pláticas de los dos jesuitas que sucesivamente les hablaban, llamaban la atención del “Gaucho Seco” las coplas que se cantaban, y cuyo trascendental sentido había comenzado a percibir: Perdón, ya mi alma / Sus culpas confiesa; / Mil veces me pesa / De tanta maldad. / Perdón, oh, Dios mío / Perdón y piedad...
¿Era, pues, cierto, era posible que Dios lo perdonase a él?
¿Era, pues, verdad que otros muchos, tan
cargados como él de crímenes, habían encontrado misericordia al pie del
Crucifijo?
Al tercer día el Gaucho Seco se azotó con furia los recios lomos y al sexto día se arrodilló sollozando a los pies de un misionero, que lo envolvió en el poncho de lana para que otros no lo viesen llorar.
– ¡Cayeron, mi curita, las escamas de la lepra! Hoy es el día de mi nacimiento.
Al otro año el Gaucho Seco volvió a los Ejercicios trayendo a catorce paisanos más que querían también hacer el maravilloso experimento de nacer de nuevo.
Al tercer día el Gaucho Seco se azotó con furia los recios lomos y al sexto día se arrodilló sollozando a los pies de un misionero, que lo envolvió en el poncho de lana para que otros no lo viesen llorar.
– ¡Cayeron, mi curita, las escamas de la lepra! Hoy es el día de mi nacimiento.
Al otro año el Gaucho Seco volvió a los Ejercicios trayendo a catorce paisanos más que querían también hacer el maravilloso experimento de nacer de nuevo.
El último día de los ejercicios el cura los
despedía con una carne con cuero y un sermoncito de este jaez: "Bueno;
vayan no más, y guárdense de ofender a Dios volviendo a las andadas. Ya el cura
ha hecho lo que estaba de su parte para que se salven, si quieren. Pero si alguno
se empeña en condenarse, que se lo lleven mil diablos...”
De tal manera empapó su enseñanza a la vasta
región donde se extendía su benéfica influencia que un día pudo responder a
alguien que le preguntaba qué había que hacer para difundir mayor cultura entre
aquellas gentes sencillas e ignorantes:
- ¿Qué hay que hacer? Nada, sino hacer lo
mismo que estamos haciendo: enseñar el catecismo.
Y con orgullo muy legítimo declaraba:
-Aquí, en el Tránsito, en Villa Dolores, no
hay nadie, ni viejo, ni chico, que no
sepa su catecismo. Hasta los niños de brazos
saben dónde está Dios. Y allí está todo.
. La
obra de José Gabriel Brochero fue inmensa. Murió a los 73 años, el 26 de enero
de 1914. Bien pudo en aquel instante, comparando la pequeñez de sus comienzos
con la grandeza del resultado, repetir las graciosas palabras del Eclesiastés:
“Yo me dije: Voy a rogar mi jardín; y he
aquí que mi canal ha venido a ser un río; y que mi río ha llegado a ser un
mar”(Ecl.24,29)
Aunque,
por decreto justiciero del gobernador Cárcano, el Tránsito lleva ahora su
nombre y hay en la plaza del pueblo una estatua suya de bronce, todavía su país
no ha reconocido en él a uno de sus más grandes benefactores.
Algún
día se escribirá su hermosa historia y veremos cómo se ha cumplido en él las
palabras del profeta Daniel: “los que hayan conducido a muchos a la justicia
serán como las estrellas, eternamente y siempre”.(Daniel 12,3)
Buenos Aires, marzo de 1940
Hugo
Wast
COLEGIO DE LA INMACULADA DE SANTA FE
RECUERDOS
SAN IGNACIO DE LOYOLA EL PATRONO DE MARTÍNEZ ZUVIRÍA |
NUESTRA SEÑORA DE LOS MILAGROS CUARO QUE SE VENERA EN EL SANTUARIO DEL COLEGIO DE LA INMACULADA, EN SANTA FE CAPITAL. |
SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE LOS MILAGROS Y COLEGIO DE LA INMACULADA |
FACHADA Y ENTRADA AL COLEGIO DE LA INMACULADA |
JARDÍN Y GALERÍAS ANTIGUAS |
PATIO INTERIOR- GALERÍA EXPOSICIÓN DE VIEJAS PLACAS TESTIMONIOS DE LA SECULAR VIDA DE ESTE COLEGIO JESUÍTICO |
LA MISMA GALERÍA- LA PRIMERA ESCULTURA ES LA DE HUGO WAST |
CABEZA Y PLACA DEL EX ALUMNO, ESCRITOR Y APÓSTOL |
Texto de la Placa:HUGO W AST-Colegio Inmaculada Al Dr. Gustavo Martínez Zuviría "HUGO WAST" Ex alumno- Escritor-Testigo de la Fe. MCMLXV |
DETALLE DE LA CABEZA |
NUESTRA SEÑORA DE LOS MILAGROS- CERÁMICA SOBRE UNA PARED DE UNO DE LOS PATIOS, REINA DEL ALUMNADO |
A LA COMPAÑÍA DE JESÚS EN EL PRIMER CENTENARIO DE LA RESTAURACIÓN POR PÍO VII |
1814 2 DE AGOSTO 1914
CATÁLOGO GENERAL DE EX ALUMNOS- 1862-1962- T VI |
PÁGINA DEL CATÁLOGO DONDE FIGURA EL ESCRITO |
SANTUARIO IGLESIA DE NUESTRA SEÑORA DE LOS MILAGROS-CALLE LATERAL |
SUS GRANDES DEVOCIONES :
SAN IGNACIO DE LOYOLA
NUESTRA SEÑORA DE LOS MILAGROS Y
SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS
SAN IGNACIO DE LOYOLA
NUESTRA SEÑORA DE LOS MILAGROS Y
SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS
NUESTRA SEÑORA DE LOS MILAGRO |
SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS |
El 28 de marzo de 1962, en Buenos Aires, el gran Hugo Wast entregó su
alma a Dios. Fue revestido con la sotana y la faja de la Orden Jesuita para ser
enterrado. El Padre Guillermo Furlong S.J. celebró la Misa de cuerpo presente
en el Colegio del Salvador.
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