lunes, 28 de marzo de 2016

GUSTAVO ADOLFO MARTÍNEZ ZUVIRÍA - HUGO WAST


FALLECIÓ EL 28 DE MARZO DE 1962, EN BUENOS AIRES




GUSTAVO ADOLFO MARTÍNEZ ZUVIRÍA - Más conocido como HUGO WAST




Diario Los Principio, Córdoba-29 .marzo 1962

ContV.
Cont. de Los Principios, sigue en dos columnitas centrales -


Yace en Recoleta en Bóveda familiar-La tercera puerta sobre la dere




Puerta de la bóveda


su nombre, casi desapercibido, sobre la puerta






Sencillas placas lo recuerdan. Se perciban los dos féretros


VISTA INTERIOR-GUSTAVO MARTINEZ ZUVIRÍA Y MATILDE  DE IRIONDO UNIDOS EN LA MUERTE COMO LO ESTUVIERON EN VIDA

Placa a sus 100 años Sus amigos




Placa a sus 100 años de Instituto Hugo Wast






ALGO SOBRE SU VIDA- REIMPATRIACIÖN DE LAS CENIZAS DE MONS DE CASTRO BARROS 


Tapa del libro escrito por el P Juan Carlos Vera Vallejo,


Una página del mismo. En 1897 comienza la iniciativa para rescatar los restos de estos tres personajes



En 1902 Mons Cabrera recibe la notificación que ha sido designado juntamente con Segundo Dutari Rodriguez
 para que repatrien dichos restos.




Recién en 1926 se emprende la tan deseada expedición a Chile



Entre los componentes de la Comisión a Chile se encontraba el Dr, Gustavo  Martnez Zuviría



Adhiere la Universidad de Córdoba



EL NOVELISTA HUGO WAST-  LLEGA A CHILE EL PRESTIGIOSO NOVELISTA ARGENTINO

DOS VECES ENTREVISTADO POR LA PRENSA CHILENA. MARTÍNEZ ZUVIRÍA SE MOSTRÓ ENCANTADO CON EL PAÍS


MARTÍNEZ ZUVIRÍA ,HUGO WAST- EL ESCRITOR MÁS SOBRESALIENTE DE LA ARGENTINA Y MÁS
DESTACADO DEL CONTINENTE, FUE ALUMNO DEL COLEGIO DE LA INMACULADA DE SANTA FE








SE MENCIONA A MARTÍNEZ ZUVIRÍA POR SU DESTACADA OBRA LITERARIA





SOLEMNES EXEQUIAS POR EL HÉROE ARGENTINO IGNACIO DE CASTRO BARROS



PARTEN DE REGRESO LOS DELEGADOS



LA DELEGACIÓN ARGENTINA AGASAJADA ESPLÉNDIDAMENTE. DIJO, CON MUCHO CARIÑO MARTÍNEZ ZUVIRÍA QUE CHILE ERA UNA PROLONGACIÓN DE LA ARGENTINA


MARTÍNEZ ZUVIRIA HABLA SOBRE LA VIDA LITERARIA Y ARTÍSTICA DE CHILE










DOCTOR PEDRO IGNACIO DE CASTRO BARROS
SU BIOGRAFÍA CONSTITUYE LA HISTORIA EJEMPLAR DE UNA NOBLE VIDA


EN 1829 LA DICTADURA DE ROZAS LE OBLIGÓ A HUIR A CHILE


RELATO DE HUGO WAST SOBRE EL PADRE BOCHERO

Un cura serrano

   El 16 de marzo de 1840 nació en la villa de Santa Rosa, del Río Primero (en la provincia argentina de Córdoba) José Gabriel Brochero, que había de ser el famoso cura de San Alberto.
  “El señor Brochero” como se lo llamó siempre, ha entrado en la historia por la graciosa puerta de la leyenda. Antes de saber quién era, el público, no sólo de Córdoba, sino de toda la Nación, conocía anécdotas, dichos, episodios de su vida agitada y pintoresca, algunos auténticos y muchos inventados.
  Ha sonado ya la hora de situar esta gran figura de santo criollo en su verdadero marco histórico, mientras llega el día de venerarlo en los altares.
  Hace medio siglo el Dr. Ramón J. Cárcano hizo de su amigo el señor Brochero una semblanza llena de interés, que se publicó en un libro muy difícil de encontrar hoy; “Perfiles contemporáneos”
  Esa pintura exacta y feliz –con algunas de cuyas  reflexiones lamentablemente no estar conformes – no ha sido superada;  pero como no pretendió ser una biografía completa, alguna vez será ampliada en las proporciones que merece el tema.
  Lo pintoresco de muchas anécdotas ha hecho formarse al público un concepto superficial de una de las más ilustres personalidades de la iglesia argentina.
  Los más se imaginan que fue un simple cura rural, inculto y desarrugado en los modales, buen jinete y capaz de decirle malas palabras al gobernador y al presidente de la república; un caudillo de sotana, empeñado en una labor materialista, que se ganaba la voluntad de aquellos “gauchos bozales” entre quienes vivía, con cuentos de chalán y con beneficios de político lugareño: caminos, ferrocarriles, escuelas, amén de alguna capilla y de no pocos asados con cuero.
  Todo eso, que puede ser cierto, es apenas una parte de la historia externa del famoso cura de San Alberto.     Hay que decir la verdad. Brochero fue exclusivamente un apóstol, un ardiente evangelizador de los pobres, que hubiera mandado al diablo sus instrumentos de apostolado, sus caminos, sus ferrocarriles, sus escuelas, y hasta la célebre mula malacara en que anduvo miles de leguas por abruptas serranías y desiertos impresionantes, en cuanto hubiera advertido que eso no servía a su único propósito: ganar almas para Dios.
  Y si no se ha penetrado la verdadera vocación  de su vida, menos se ha advertido la extraña herramienta espiritual que utilizó
  ¿A quién podía ocurrírsele que el mejor medio de convertir aquellos hombres y mujeres de las sierras rústicos, recelosos, y a menudo analfabetos, fuesen los sutiles Ejercicios de San Ignacio?
  Este recurso heróico, que comienza con  un encierro de ocho o nueve días para realizar severa penitencia y que es difícil de aplicar a la generalidad de las gentes, ni siquiera en las grandes ciudades, donde hay más inteligencia del asunto y predicadores expertos, y casas adecuadas, con las comodidades indispensables. Brochero lo implantó desde 1878 en el Tránsito, aldehuela prendida en la falda occidental de las Sierras Grandes, al otro lado de la Pampa de Achala, en una región que no se comunicaba con el resto del mundo sino por dificilísimos caminos de herradura.
  Algún día se ha de escribir la historia de la casa de ejercicios del Tránsito (hoy Villa Brochero), y no será el capítulo menos esplendoroso de nuestra historia religiosa, y contendrá episodios que parecerán copiados de relatos medievales,, y páginas que se diría arrancadas de la Leyenda Dorada, y personajes que creeríamos imaginarios, si no estuviéramos casi tocando la persona misma de su principal protagonista.
  ¿Cómo se le ocurrió al cura de San Alberto la idea de implantar los Ejercicios de San Ignacio y cómo la llevó a la práctica?
   Refieren que el Niño-Dios mismo le mostró en sueños el lugar indicado donde había de construir su edificio.
  Brochero tiene con Don Bosco muchos puntos de contacto; la voluntad inquebrantable, el sentido práctico;  el ingenio para allegar recursos; el gracejo, que le ganaba simpatías entre pobres y ricos; el espíritu de sacrificio; la humildad y la comunicación con el cielo mediante sueños.
. Sería muy  interesante recoger para su biografía las versiones de las versiones que aun corren de los sueños que tuvo.
Había nacido —como dijimos— el 16 de marzo de 1840. Tenía, pues, 29 años cuando en 1869 se hizo cargo del curato del departamento de San Alberto, con sus quinientas leguas de serranías indómitas y casi desiertas, y una mísera capilla de techo de paja, situada en San Pedro, la población principal.
    Pronto había recorrido en mula todo su feudo, y empezaba a conocer a sus feligreses, muchos de los cuales por primera vez en su vida veían un hombre de sotana.
.  Los visitaba para saber sus necesidades y los invitaba a ir los domingos a la misa, donde él les platicaba con lenguaje pintoresco y transparente. Muchos accedían y consentían en cubrir la distancia de ocho, diez, quince leguas, que los separaba de San Pedro. El joven cura iba ganándolos, y no tardó en ver que su capilla era muy pequeña para la concurrencia de los domingos; y se puso a la obra de construir una verdadera iglesia. 
  Y como el apetito viene comiendo, y muchos de sus feligreses realizaban largas peregrinaciones sin más objeto que asistir a misa, se le ocurrió invitarlos a ir a la ciudad de Córdoba, para pasarse unos días de penitencia en la Casa de Ejercicios que allí existe.
  La proposición ahora nos parecerá inconcebible. ¿Cómo abandonar ocupaciones, hogares, familias; transponer treinta leguas de cordillera, en pleno invierno, cruzar desiertos o páramos nevados, en que ni los pumas ni las águilas encuentran su alimento?
  Y la invitación se hacía a todos, hombres y mujeres, y el joven sacerdote se comprometía a guiarlos él mismo, montado en su mula, como un San Bernardo, predicador y guía de esta rara cruzada
  ¡Y cuántas veces se víó el Sr Brochero arrodillado a los pies de un gaucho hosco y soberbio, conjurándolo a acompañarlo hasta Córdoba para salvar su alma!
  Un día, uno de ellos, estanciero, dueño de muchas vacas, le contesta con ira:
  -Levántate, cura! No es posible ahora lo que me pedís.
  Pero el Sr
Brochero vuelve a la carga un año y otro año y al fin lo arrastra; y así va convirtiendo uno por uno a centenares de paisanos, que se vuelven sus acólitos.
  Tiene fe ciega en los prodigiosos resultados de los Ejercicios Espirituales. Desde los tiempos en que era seminarista los conoce por experiencia propia, y ahora que es cura de almas, son su permanente obsesión.        Sabe que nada se opone tanto a la vida espiritual como el hecho casi trivial de que nadie se desprende, ni siquiera por un día, de los cuidados temporales; nadie se zambulle enteramente en una atmósfera de libertad absoluta que le permita poseer su corazón al menos durante una hora.
  Lo peor es que no advertimos el fenómeno. Vivimos huyendo de nosotros. Nos resulta pesada nuestra propia intimidad. Nos espanta el quedarnos solos con nosotros mismos, y por eso buscamos distracciones exteriores, so pretexto de obligaciones o salud.
  El Sr. Brochero no pensó que ese mal fuese exclusivo de los habitantes de las ciudades. También en las campañas, entre las gentes ignorantes y simples, había pocos amigos de quedarse solos enfrente de la conciencia despierta.
  Los ejercicios espirituales eran el remedio d esa enfermedad. Mas había que aplicarlos conforme a la minuciosa técnica de San Ignacio, no descuidando un solo requisito, comenzando por el encierro en un caserón adecuado.
  Dos veces cada año condujo numerosísimos grupos de jinetes, hombres y mujeres, por arriba de la Pampa de Achala, nevada con frecuencia, pues era en los meses de julio a agosto.
   Marchaban lentamente, por caminos de cabras, el día entero, y de noche acampaban al raso, bajo la palpitante y helada luz de las estrellas, alrededor de hogueritas menguadas, porque la leña escasea mucho en la región.
  Hombres curtidos, mujeres fuertes de cuerpo y alma, voluntades contagiadas por la indomable voluntad de Brochero, que tenía un recurso o un chiste para doblar cualquier dificultad.
  En 1872  inauguró su primera iglesia, cuyos ladrillos, cuya cal, cuyos techos habían sido cortados, cocidos , labrados por los feligreses bajo la dirección del cura, convertido en maestro de obras.
  Las vigas, los postes, los pilares de madera, extraídos de los montes y arrastrados a la cincha le costaron una larga enfermedad, pues un día la espantadiza mula lo arrojó por las orejas, quebrándole una pierna.
  Como fuesen cada año más numerosos los que se alistaban para aquella inverosímil cabalgata, de cincuenta o sesenta leguas en redondo, después de la iglesia pensó en reconstruir una casa para hacer los ejercicios en el Tránsito otra aldea de su curato.
. Puso manos a la obra. Fue una construcción sencilla y barata, pero de grandes medidas: una capilla, muchas habitaciones y un gran comedor de 60 varas de largo.
  Formando cuadro con ella edificó otra, de 48 varas por 100, para colegio de niñas, y trajo de Córdoba a las monjas Esclavas del Corazón de Jesús, a quienes encomendó el cuidado de ambas. La fama del Colegio y de la Casa de Ejercicios se difundió por toda la región y acudieron colegiales y ejercitantes de los más remotos lugares de la provincia de Córdoba y aun de la de San Luis y de La Rioja.
  Brochero era ya hombre de inmensa popularidad. Llamábanle  “el señor Brochero”, nunca padre Brochero, y menos “el cura Brochero”, a secas. En Córdoba  no se designa a los sacerdotes seculares con el tratamiento de “Padre”, reservado exclusivamente para ciertos  religiosos, como los jesuitas .A los seculares se les dice “Señor”, que equivale al “Don” de los italianos.
  Cuenta el mismo en sus apuntes cómo lo ayudaron sus feligreses para construir todo aquello.
  “Los que habitaban en el Tránsito –dice- desde 7 años arriba, me llevaban ladrillos y cal quemada al pie de la obra, en el hombro y en la cabeza; como lo hacían también las damas y señoritas, que me traían la cal cruda de una legua de distancia, en árnagas o alforjas, para que la quemase en los hornos que estaban en la plaza; y de diversos puntos me conducían los postes a remolque, a cincha de mula, viniendo muchas de estas vigas hasta de veinte leguas, pues en esa fecha no había yo construido el camino carretero  en el valle del oeste.”
  Fue tal su alegría cuando se abrieron los cimientos de la Casa de Ejercicios, que quiso poner él mismo la primera piedra, y previendo la oposición del infierno contra el edificio del que esperaba tantos frutos, la arrojó con brío, como si con ella aplastase la cabeza de una serpiente, y exclamó: “¡Te fregaste, diablo!”
La inauguró en el invierno de 1878 y tuvo que dividir a los ejercitantes en cinco tandas, pues pasaron de 3.000. Al año siguiente fueron ocho tandas, con más de 4.000.
  Ya han transcurrido más de sesenta años y todavía funciona aquel prodigioso mecanismo en el caserón primitivo, harto destartalado ya. No menos de 100.000 personas han “tomado” (como allí dicen) los Ejercicios Espirituales más severos que puedan imaginarse, en esa aldehuela de escasísima población.
   Nada más pintoresco, y a las veces nada más extravagante, que los medios de que se valió el cura de San Alberto para propagarlos.
 Había en las Sierras Grandes, allá por 1887, un gaucho malo, jefe de bandoleros, famoso por sus robos y crímenes. La escasa policía de la región prefería hacer la vista gorda antes que librarle batalla campal, de la que hubiera salido infaliblemente derrotada.
   El señor Brochero se empeñó en hacerle "tomar" los Ejercicios al "Gaucho Seco”, y fue a buscarlo en su escondrijo como quien busca a un puma en su cubil.
Ya de entrada, no más, le dijo que iba a curarle la lepra de que estaba cubierta su alma. El Gaucho Seco oyó estupefacto semejantes palabras y tuvo curiosidad de asistir a unas ceremonias tan extrañas, de que hacía diez años se hablaba tanto en el país.
  Una mañana del frío mes de agosto llegó al Tránsito, montado en una mula zaina, guiado por el cura, que montaba su invariable mula malacara, y seguido a cierta distancia por otros dos jinetes que le guardaban las espaldas.
– Vamos a ver – dijo el Gaucho Seco, apeándose a la puerta de la Casa de Ejercicios – cómo se me va a curar la lepra del alma.
  Desensilló, entregó la mula a su lugarteniente, y llevando en sus brazos el apero que sería su cama durante ocho días, siguió a Brochero, que le hizo cruzar dos patios y palmeándole la espalda le indicó una habitación, donde dormiría con una veintena de hombres de su laya.
  Más de setecientos paisanos habían llegado ya para esa tanda. Todos miraban, no sin recelo al Gaucho Seco, que pasaba arrogante entre ellos, haciendo sonar sus espuelas y arrastrando la cincha de su silla de montar, cubierta por ricos pellones.
  Sólo se oía el ruido de aquellos pasos y de aquellas espuelas. Un silencio imponente dominaba a la extrañísima reunión.
– ¡Vamos a ver el milagro! – dijo para sí con sorna, arrojando sobre la tierra empedernida el copioso apero.
  Sonó entretanto una campanita agitada por la mano de un viejo; y todos silenciosamente lo siguieron sin saber a dónde, y el “Gaucho Seco” detrás de ellos. Entraron en la capilla, que se hallaba a oscuras, no obstante ser de día, alumbrada escasamente por algunas velas de sebo y la mariposilla del Sagrario. Un sacerdote de negra sotana empezó a hablarles. Nadie más que él hablaba. El silencio era absoluto y comprimía hasta el latido de las sienes.
  Del patio llegaba un olor a carne asada. El señor Brochero les preparaba el primer almuerzo en fogatas al aire libre.
  Terminó la plática y hubo rezos y cánticos. El Gaucho Seco asistió sin aburrirse, pero sin comprender ni los cantos, ni los rezos, ni las pláticas.

¡Misericordia Señor;
Misericordia de mí
            Que a tantas misericordias
          Cuán mal te correspondí

  El Gaucho Seco asistió sin aburrirse, pero sin comprender ni los cantos, ni los rezos, ni las pláticas.
Sonó otra vez la campana y salieron a almorzar. Siempre el mismo silencio impresionante. A lo sumo, el ruido de un cuchillo, uno de esos largos y filosos cuchillos de los gauchos, que cortaba un hueso.
 Después cebaron mate, alrededor de anafes de barro cocido, en que se iban durmiendo rojas brasas de algarrobo.
  El Gaucho Seco, vencido por las ganas de tomar mate, se allegó a un grupo y aceptó que lo convidaran, sin atreverse a pronunciar una palabra, tan plúmbeo e imperioso era el callar de la muchedumbre.
  De nuevo la campana, y el moverse en filas de la concurrencia, y el acudir a la capilla, y de nuevo la plática y los rezos y los cantos.
  Al anochecer una fantástica procesión de Vía Crucis, y en seguida lo inaudito, la cosa más extraña del mundo: por turno, pues no cabían todos a la vez, entraban en la capilla, cerraban las puertas, se apagaba hasta la minúscula luz del Santísimo, y aquellos hombres recios, barbudos, se azotaban cruelmente las espaldas desnudas con sus fieros rebenques de cueros trenzados.
  Entretanto, los otros fuera de la capilla aguardaban  excitados por la granizada de los azotes, cuyo ruido llenaba el patio
  El Gaucho Seco penetró con sus compañeros, mas permaneció de pie, en un rincón, torvo y enfurecido de haberse dejado llevar hasta aquella mojiganga.
  Después, de nuevo a sus piezas, desnudas y frías, donde calentaron los estómagos vacíos con algunos mates, y se acostaron vestidos sobre sus aperos, en la tierra, pues, no había camas, ni las necesitaban personajes como ellos.
  Al alba, otra vez la campana, las mismas distribuciones y el mismo silencio.
 Más que las pláticas de los dos jesuitas que sucesivamente les hablaban, llamaban la atención del “Gaucho Seco” las coplas que se cantaban, y cuyo trascendental sentido había comenzado a percibir: Perdón, ya mi alma / Sus culpas confiesa; / Mil veces me pesa / De tanta maldad. / Perdón, oh, Dios mío / Perdón y piedad...
 ¿Era, pues, cierto, era posible que Dios lo perdonase a él?
 ¿Era, pues, verdad que otros muchos, tan cargados como él de crímenes, habían encontrado misericordia al pie del Crucifijo?
  Al tercer día el Gaucho Seco se azotó con furia los recios lomos y al sexto día se arrodilló sollozando a los pies de un misionero, que lo envolvió en el poncho de lana para que otros no lo viesen llorar.
– ¡Cayeron, mi curita, las escamas de la lepra! Hoy es el día de mi nacimiento.
  Al otro año el Gaucho Seco volvió a los Ejercicios trayendo a catorce paisanos más que querían también hacer el maravilloso experimento de nacer de nuevo.
  El último día de los ejercicios el cura los despedía con una carne con cuero y un sermoncito de este jaez: "Bueno; vayan no más, y guárdense de ofender a Dios volviendo a las andadas. Ya el cura ha hecho lo que estaba de su parte para que se salven, si quieren. Pero si alguno se empeña en condenarse, que se lo lleven mil diablos...”
  De tal manera empapó su enseñanza a la vasta región donde se extendía su benéfica influencia que un día pudo responder a alguien que le preguntaba qué había que hacer para difundir mayor cultura entre aquellas gentes sencillas e ignorantes:
 - ¿Qué hay que hacer? Nada, sino hacer lo mismo que estamos haciendo: enseñar el catecismo.
  Y con orgullo muy legítimo declaraba:
  -Aquí, en el Tránsito, en Villa Dolores, no hay nadie, ni viejo, ni chico,  que no sepa su catecismo. Hasta los niños de brazos  saben dónde está Dios. Y allí está todo.
.  La obra de José Gabriel Brochero fue inmensa. Murió a los 73 años, el 26 de enero de 1914. Bien pudo en aquel instante, comparando la pequeñez de sus comienzos con la grandeza del resultado, repetir las graciosas palabras del Eclesiastés: “Yo me dije: Voy  a rogar mi jardín; y he aquí que mi canal ha venido a ser un río; y que mi río ha llegado a ser un mar”(Ecl.24,29)
Aunque, por decreto justiciero del gobernador Cárcano, el Tránsito lleva ahora su nombre y hay en la plaza del pueblo una estatua suya de bronce, todavía su país no ha reconocido en él a uno de sus más grandes benefactores.
   Algún día se escribirá su hermosa historia y veremos cómo se ha cumplido en él las palabras del profeta Daniel: “los que hayan conducido a muchos a la justicia serán como las estrellas, eternamente y siempre”.(Daniel 12,3)
Buenos Aires, marzo de 1940
                                                                                     Hugo Wast



                    

COLEGIO DE LA INMACULADA DE SANTA FE
RECUERDOS



SAN IGNACIO DE LOYOLA EL PATRONO DE MARTÍNEZ ZUVIRÍA



NUESTRA SEÑORA DE LOS MILAGROS
CUARO QUE SE VENERA EN EL SANTUARIO DEL COLEGIO DE LA INMACULADA, EN SANTA FE CAPITAL.


SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE LOS MILAGROS Y COLEGIO DE LA INMACULADA










FACHADA Y ENTRADA AL COLEGIO DE LA INMACULADA


JARDÍN Y GALERÍAS ANTIGUAS


PATIO INTERIOR- GALERÍA EXPOSICIÓN DE VIEJAS PLACAS  TESTIMONIOS DE LA SECULAR VIDA DE ESTE COLEGIO JESUÍTICO

LA MISMA GALERÍA- LA PRIMERA ESCULTURA ES LA DE HUGO WAST



CABEZA Y PLACA DEL EX ALUMNO, ESCRITOR Y APÓSTOL

Texto de la Placa:HUGO W AST-Colegio Inmaculada
Al Dr. Gustavo Martínez Zuviría
"HUGO WAST"
Ex alumno- Escritor-Testigo de la Fe.
MCMLXV


DETALLE DE LA CABEZA

NUESTRA SEÑORA DE LOS MILAGROS-
CERÁMICA SOBRE UNA PARED DE UNO DE LOS PATIOS, REINA DEL ALUMNADO


A LA COMPAÑÍA DE JESÚS EN EL PRIMER CENTENARIO DE LA RESTAURACIÓN POR  PÍO  VII
                        1814 2 DE AGOSTO  1914

CATÁLOGO GENERAL DE EX ALUMNOS- 1862-1962- T VI




PÁGINA DEL CATÁLOGO DONDE FIGURA EL ESCRITO



SANTUARIO IGLESIA DE NUESTRA SEÑORA DE LOS MILAGROS-CALLE LATERAL



SUS GRANDES DEVOCIONES :
SAN IGNACIO DE LOYOLA
 NUESTRA SEÑORA DE LOS MILAGROS Y          
 SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS


NUESTRA SEÑORA DE LOS MILAGRO





SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS



El 28 de marzo de 1962, en Buenos Aires, el gran Hugo Wast entregó su alma a Dios. Fue revestido con la sotana y la faja de la Orden Jesuita para ser enterrado. El Padre Guillermo Furlong S.J. celebró la Misa de cuerpo presente en el Colegio del Salvador.

UNA DE SUS OBRAS TERMINA EN EL MISMO PUNTO DE PARTIDA: JESUCRISTO. "SI EL MAL CONSISTE EN QUE LAS NACIONES Y LAS SOCIEDADES SE HAN ALEJADO DE ÉL, EL REMEDIO NO PUEDE SER OTRO QUE UN REGRESO INCONDICIONAL AL EVANGELIO Y HACER REALIDAD  LA PREMISA DE SAN PÍO X. OMNIA INSTAURARE IN CHRISTO.